domingo, 1 de junio de 2008

Educación superior e interculturalidad en el Perú. Apuntes preliminares

Juan Ansión

Los siguientes apuntes representan una reflexión desde la experiencia peruana en materia de educación intercultural. Los fundamentos de esta reflexión provienen de los trabajos vinculados a la Educación Intercultural Bilingüe. En relación con la educación superior, las experiencias recién iniciadas del programa de acción afirmativa "Hatun Ñan" en las universidades de Cusco y Ayacucho, constituyen un importante marco de referencia para discutir sobre las posibilidades de transformación de la universidad en una perspectiva intercultural.

I. Interculturalidad y pueblos indígenas.
Algunas precisiones conceptuales.

Antes de abordar el tema de la relación de la educación superior con la interculturalidad, es útil hacer algunas precisiones conceptuales.
En América Latina, preferimos el concepto de interculturalidad antes que el de multiculturalismo que se utiliza más bien en los países anglosajones. Ambos conceptos designan una situación de diversidad cultural importante y la existencia de grupos provenientes de matrices culturales diferentes que tienen dificultades para lograr la convivencia. Mientras el término "multiculturalismo" pone el acento en la diversidad, el de "interculturalidad" se centra más en las relaciones mutuas entre quienes son diferentes. Por otro lado, el multiculturalismo –por el sufijo "ismo" utilizado– se presenta como una postura filosófica, o como un proyecto político o ético. En cambio, no se suele utilizar un término equivalente, como el de "interculturalismo", para designar en el mismo sentido un proyecto que pone el énfasis en la construcción del diálogo entre representantes de culturas diferentes.
No es nuestra intención en este trabajo profundizar más en la relación entre ambos conceptos, discusión muy amplia por lo demás, dados los múltiples sentidos que diversos autores les han dado. Sólo nos interesaba subrayar que la elección del término "interculturalidad" pone el énfasis en la interacción.
Centrándonos, entonces, en el término "interculturalidad", constatamos en primer lugar que está ya bastante difundido en el lenguaje común, pero que se utiliza en sentidos muy distintos. Así, es frecuente encontrarlo utilizado para hablar de un proceso de asimilación de la cultura subordinada a la cultura hegemónica. En el Perú, por ejemplo, se escucha a veces de parte de funcionarios o de profesores la idea de que es bueno que los niños andinos reciban una educación intercultural (y, además, bilingüe), porque es una manera más eficiente para que aprendan el castellano. Se trata entonces de una manera sofisticada de buscar la incorporación a un cuerpo lingüístico y cultural cuya preeminencia no está nunca en cuestión. Se utiliza, en ese caso, en un sentido asimilacionista, haciendo con la cultura lo que también se suele hacer con la lengua cuando se propone una educación bilingüe para facilitar la castellanización y no para permitir el desarrollo de ambas lenguas.
En sentido contrario, los andinos utilizan a veces el término como un sinónimo de identidad. Ser intercultural sería, en ese sentido, defender la propia cultura e identidad. Esta interpretación resulta, al parecer, de la apropiación de un vocablo que proviene del mundo externo (mediante promotores de ONGs, funcionarios o técnicos del Estado o profesores) y que como tal se considera que puede ser útil en la relación con ese mundo (que es el mundo de la cultura oficial y del poder), pero del que se retiene solamente los aspectos referidos a la identidad cultural.
Para quienes se centran en el desarrollo de la diversidad cultural, sin embargo, el término "intercultural" parece a veces inadecuado porque ellos consideran que el diálogo entre culturas no es posible mientras las relaciones entre ellas sigan siendo desiguales, y de dominación de una sobre otras. La interculturalidad se percibe entonces como un instrumento de engaño y manipulación al servicio de los poderosos. Es, entonces, una visión crítica de la concepción asimilacionista de la interculturalidad.
En esta misma línea de rechazo al término están también quienes creen que el término debe desecharse por ser "culturalista". Esta crítica parece inspirada en la intuición de la posibilidad del asimilacionismo, pero se equivoca al creer que el hablar de interculturalidad supone ignorar las condiciones materiales, políticas y sociales, y en general los conflictos vinculados a los procesos culturales. En ciencias sociales podemos hablar de cultura sin ser por ello culturalista.
Todo ello nos muestra que, más allá de un aparente entendimiento terminológico, el sentido puesto en la palabra puede ser muy distinto. Esto puede conducir a malentendidos persistentes y a muchos debates mal encaminados.
Intentemos ahora definir en términos positivos lo que entendemos por interculturalidad. La interculturalidad puede definirse, bien como situación de hecho que se refiere a las relaciones entre culturas, o bien como proyecto que apunta al establecimiento de relaciones de intercambio en condiciones de igualdad entre quienes provienen de ámbitos culturales diferentes. El segundo sentido es el más común dentro del mundo profesional, sobre todo para quienes trabajan en educación o en salud. Pero el primer sentido es muy importante y es, a mi entender, un punto de partida necesario para la cabal comprensión de las posibilidades de cualquier proyecto.
En efecto, vista desde las ciencias sociales, la interculturalidad es, en primer lugar, una situación observable. El concepto se refiere al tipo de relaciones que se dan entre personas y grupos de orígenes culturales diversos que, por razones de encuentros históricos, se ven llevados a relacionarse con cierta frecuencia e intensidad en la vida cotidiana. Estas relaciones son frecuentemente marcadas por el conflicto, la incomprensión, el desprecio mutuo, y, particularmente, por la hegemonía de un grupo sobre los demás a quienes busca – y a menudo logra – imponer sus propios hábitos culturales como si fueran los únicos valederos.
Al hablar de relaciones relativamente frecuentes e intensas, buscamos reservar el uso del concepto para designar influencias culturales entre gente cercana, que se codea en lo cotidiano.
De esta manera, podríamos hablar de mayor o menor grado de interculturalidad y reconocer que no todas las sociedades se caracterizan por un grado alto de interculturalidad, esto es por la existencia de relaciones cotidianas intensas y frecuentes entre personas y grupos de diferentes orígenes culturales.
Es importante también tomar en cuenta que en estas relaciones interculturales, las influencias más fuertes y más visibles tienden a ser las que van desde la cultura hegemónica hacia las otras culturas. Son las más reconocidas por todas y, en general, los miembros de grupos subalternos buscan apropiarse de muchos aspectos de esa cultura. Pero esto no significa que no haya influencias en el otro sentido y este punto es clave para la comprensión de las relaciones: la cultura hegemónica también se ve influenciada por muchos aspectos de las culturas subalternas.En el caso del Perú, por ejemplo, el hecho de que los niños de familias acomodadas de Lima sean criados por mujeres andinas, muchas veces de origen campesino, nos indica de que ellos incorporarán mucho de la cultura andina. Pero, al no ser ésta prestigiosa, estas adquisiones se ocultan y se desconocen. El racismo solapado puede ser una de las consecuencias de este ocultamiento, pues es una manera de distanciarse de algo que uno tiene adentro y que rachaza.
Un proyecto de interculturalidad apunta a lograr relaciones interculturales más equitativas, de aceptación mutua y de reconocimiento de que se puede aprender mucho del otro. Para tener éxito, semejante proyecto requiere partir de la situación real, esto es de la interculturalidad existente de hecho, con todos sus conflictos y con sus influencias mutuas, con el prestigio o desprecio dado a las expresiones culturales que se intercambian, y con las supervaloraciones y los ocultamientos respectivos.
Es útil también diferenciar claramente la cultura de la identidad, en contra de una fuerte tendencia a confundirlas. La cultura es lo socialmente internalizado, independientemente de la voluntad y aún de la conciencia de las personas. La identidad, en cambio, supone elección – por oposición y por semejanza – de una cultura. Es decir, entre las múltiples influencias que nos han formado, elegimos algunos símbolos que nos unen con otros y que simultáneamente nos oponen a otros. Desde luego, existe una estrecha relación entre cultura e identidad, pero al distinguir ambas, nos damos la posibilidad de pensar mejor las condiciones para la construcción social y política de las identidades. Quienes las crean afirman, en efecto, una voluntad libre de definir las influencias culturales recibidas a las que desean poner énfasis. El fortalecimiento de una identidad determinada – en especial de una identidad étnica – no significa, sin embargo, que desaparezcan por arte de magia las influencias consideradas negativas al provenir del ámbito cultural dominante.
La tensión entre las influencias culturales recibidas en la propia socialización (y que pueden provenir de varias matrices culturales), y las decisiones sobre los rasgos y marcas culturales a los que se decide adherir, aparece así como central en la creación de identidades. La pertenencia étnica sería así el producto de una articulación en tensión entre una herencia social y cultural y una identidad construida por decisión política. Y el debate queda abierto, en cada caso, para definir cuáles son los rasgos de la socialización que son necesarios para la pertenencia. Es, por ejemplo, típico el caso de personas que ya no hablan la lengua, pero cuyos padres provienen de la cultura en cuestión; o para los indígenas urbanos que ya dejaron ciertas costumbres rurales.Las tensiones que aparecen así pueden verse también como tensiones interculturales que se procesan dentro de las personas.

Foro ISEES, Abril08